Tras haber ostentado la capitalidad del reino de Castilla y haber sido considerada un punto estratégico por su situación, tanto desde el punto de vista militar, como sobre todo comercial, Burgos comenzó, a finales del siglo XVI un periodo de decadencia.
El motivo podemos encontrarlo en diversos factores, como las guerras de Flandes, el descubrimiento de América o la sucesión de epidemias de peste, que afectaron al desarrollo de la ciudad, diezmando su población (llegó a pasar de 25.000 a 4.500 habitantes), y haciendo que tanto sus vías de comunicación como su entramado económico quedaran seriamente dañados.
Esta situación se mantuvo hasta mediados del siglo XVIII, en que comienza una lenta recuperación. En estos años se construirá el Ayuntamiento y el célebre Paseo del Espolón, y la ciudad va recuperando población y actividad económica.
Y de esta época es la obra que queremos destacar en esta ocasión: las “Ordenanzas de la muy noble y muy más leal ciudad de Burgos”, de 1747.
Desde el último tercio del siglo XIII, la insuficiencia o inadecuación de los fueros se suplió mediante la promulgación de ordenanzas relativas a las localidades concretas donde iban a tener aplicación. La extensa época de las ordenanzas cubre más de quinientos años, hasta el final del Antiguo Régimen, e incluso en épocas más cercanas, han seguido siendo la expresión normativa más característica de los poderes municipales. Las ordenanzas han sido la manifestación más continua y prolongada de la autonomía de los poderes locales.
Regulan los ámbitos de actuación de las autoridades locales y muchos aspectos de la actividad económica, agraria, artesanal o mercantil, así como lo relativo a la fiscalidad municipal. Ofrecen claves imprescindibles para conocer la vida de la sociedad tradicional en sus ámbitos locales y cotidianos.
Por este motivo pensamos que esta obra puede ilustrar el principio de este periodo de recuperación de la ciudad de Burgos y ser de interés para los estudiosos de la historia y el urbanismo de esta bella ciudad.
Fue impresa en Madrid por Manuel Fernández, impresor del Supremo Consejo de la Inquisición, de la Reverenda Cámara Apostólica y del Real Convento de la Encarnación. En la Biblioteca del Campus de Madrid de la Universidad Rey Juan Carlos conservamos un ejemplar en buen estado.